¿Esa música se aleja o se acerca, esas luces pálidas se encienden o apagan?, canta el espacio, el tiempo se disipa: es el boqueo, es la mirada que resbala por la lisa pared, es la pared que se calla, la pared,
hablo de nuestra historia pública y de nuestra historia secreta, la tuya y la mía, hablo de la selva de piedra, el desierto del profeta, el hormigüero de almas, la congregación de tribus, la casa de los espejos, el laberinto de ecos, hablo del gran rumor que viene del fondo de los tiempos, murmullo incoherente de naciones que se juntan o dispersan, rodar de multitudes y sus armas como peñascos que se despeñan, sordo sonar de huesos cayendo en el hoyo de la historia, hablo de la ciudad, pastora de siglos, madre que nos engendra y nos devora, nos inventa y nos olvida.
Hablo de la ciudad.
Octavio Paz
Viajo por la noche en tren. Los vagones se tragan la ciudad, la devoran, o se escapan. De pronto levanto la mirada del libro, y veo a este bello joven leyendo “Candid” de Voltaire.
No hago más que pensar en como a esa edad nos fuimos formando los gustos por la música primero que nada, y por la lectura después.
Este joven que no levanta la mirada del texto es un elegido. Tiene por delante un universo por descubrir. Conocerá la grata compañía de Duke Ellington, la de Lester Young? Se hará amigo de Bela Bartok? Dejará entrar en su vida a Raymond Chandler? Lo visitará en alguna noche despojada la poesía vital de Octavio Paz, o la de Roberto Juarroz?
Buena suerte, pienso, mientras el niño guarda el libro en la mochila y se baja en la noche. Buen viaje, le deseo, pensando en el viaje de la vida. Alguna estación nocturna. Siempre a alguna puerta.
Buen viaje.